Crédito (Juan 20, 19-31)

Ni tú ni yo hemos visto a Cristo Resucitado como lo vieron los apóstoles; incluso Tomás, que fue bastante reticente a creer que el crucificado había resucitado, consiguió verlo. No lo hemos visto pero lo hemos experimentado de muchas maneras
.
Una de ellas es la valentía, la paz y la generosidad de muchos creyentes. Es verdad que no todos los que decimos creer en Jesucristo podemos acreditar siempre con nuestra vida la fe que profesamos. Pero muchas, muchas, personas de fe sencilla y de fe formada son testigos de una nueva forma de vida. Donde hay un cristiano verdadero –ya sea en el instituto, en la fábrica, en el barrio o en la parroquia-, hay dinamismo nuevo de vida.

Las relaciones de la comunidad cristiana también invitan, muchas veces, a confiar en que el mensaje y la vida de Cristo están ratificados con el sello de la Vida, con mayúsculas. Nuestras parroquias y comunidades tienen todos los defectos del mundo, eso es evidente. Pero se sostienen gracias al perdón, la gratuidad, la comprensión, y la generosidad de quienes la componen. Y esto es signo de Quién las está sustentando.

No nos faltan, tampoco, motivos personales para creer. En medio de nuestras cruces y sufrimientos, al rezar a Cristo, ha brotado una luz y una fuerza distinta, que nos ha permitido vivir con paz en medio de las dificultades, con fortaleza aun sintiendo la debilidad, y lo que es más difícil, con perdón en medio de los agravios.

Todo esto podrá tener otra explicación. Pero nosotros damos crédito a quienes entregaron toda su vida por anunciar lo que habían visto y oído. Ellos dieron crédito a la Vida que desde la fe experimentaron; y el crédito que dieron fue entregar toda su vida.

Remover piedras (Mateo 28,1-10)

De niños acostumbrábamos a tirar piedras; tirábamos guijarros a un árbol lejano, a una lata situada a decenas de metros, a una gallina, a un perro o a un gato huidizos. Las más recordadas eran las chinas que nos tirábamos unos a otros, con claro peligro de la integridad física de todos. Eran juegos casi inocentes; el afán no era hacer daño, sino acertar. Los mayores seguimos tirándonos piedras unos a otros, ya no de mineral, sino hechas de insultos, de mentiras, de medias verdades, y con afán de hacer daño.

Jesús toda su vida estuvo intentando remover piedras, piedras que impedían la comunicación y la vida; piedras que cegaban la vida de las personas: la piedra de la intolerancia y de la violencia, la piedra del conformismo con el mal propio y la injusticia ajena, la piedra del rencor y del orgullo, la terrible piedra de la autocompasión y la baja auto-estima, la piedra criminal de la avaricia, la piedra de la superficialidad vana que nos hace estúpidos y crueles. Muchas las removió, y devolvió la vida a quien la tenía perdida. Pero tenía también que remover la piedra que usó Caín para matar a su hermano Abel. Intentando remover esa piedra puso toda su vida en juego; y pareció que quedaba aplastado con ella.

A los tres días, Dios Padre puso su fuerza en el poder que Jesucristo había desplegado y removió la piedra de su sepulcro, que salió impulsando y dando fuerzas a sus amigos y discípulos a seguir removiendo piedras que condenan a oscuridad y muerte.


Nuestro testimonio de resurrección no será una hermosa celebración, ni unos sentimientos luminosos en la oración. Se testimonia la vida nueva de Jesús removiendo piedras que aplastan y paralizan a nuestros hermanos… ¡Manos a la obra!

De los Ramos al Gólgota (Pasión según San Mateo)

En la visión de la vida de Jesús, esquematizada por la liturgia, se ha resumido la estancia de Jesús en Jerusalén a unos pocos días. No fue realmente así. No sabemos exactamente el tiempo que transcurrió de la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por el pueblo, hasta su muerte en el monte Calvario. Pero en ese tiempo pasó de contar con el beneplácito de gran parte de la ciudad, a sufrir la indiferencia de la inmensa mayoría ante su muerte cruel e injusta. Jesús no respondió a las expectativas de muchos.

Su negativa a encabezar una revuelta armada, su denuncia de la avaricia de los ricos, su propuesta de una fe verdadera y no sólo de ritos vacíos que buscan conseguir favores de la divinidad, su perdón a la adúltera en contra de “todas las personas de bien”, su falta de condescendencia con la hipocresía y los intereses creados, fueron haciendo desertar a la mayoría de simpatizar con el Nazareno. Al final no quedaron ni los doce al completo. Y sólo Juan, su Madre y algunas mujeres se mantuvieron a su lado en el camino de la cruz, además de José de Arimatea y Nicodemo que se atrevieron a mostrarse cercano a él después de su muerte.

¡Qué frágiles son las voluntades que no se asientan en la fe verdadera cuando se aproximan las dificultades! Y, como sabemos, con mucho menos que lo del Nazareno, pocos se quedan al lado del que ha perdido el favor del poder o la simpatía de la mayoría.

Esto nos plantea una pregunta inquietante: ¿Mis valores y mi vida cristiana se asientan en la experiencia profunda de la fe, o se mueve al pairo de las conveniencias y de los “aires que soplan”?

Busquemos la Verdad en la que asentar nuestra vida.


HORARIOS DE MISAS DE SEMANA SANTA



Horarios de Celebraciones durante la Semana Santa.

No temas al olor (Juan 11, 3-45)

La pobreza y la marginación huelen mal. Uno de los rasgos de todos los barrios que sufren la marginación es la suciedad y la basura que se ve por las calles, y el olor denso y sucio que desprenden en las tardes calurosas. La corrupción, por el contrario, sólo huele mal cuando se destapa.

Mantenemos una apariencia digna y respetable, pero en nuestro interior se revuelven los más bajos instintos: el odio y el rencor, la lascivia y la avaricia, la cobardía y la violencia. La corrupción la mantenemos tapada y lejos de las miradas de los demás. Pero, si crece sin medida y se adueña de nosotros, comienza también a hacer daño a los demás; un daño que es hondo y cruel en muchas ocasiones.

El mal olor de los barrios que sufren la marginación es causa de la falta de esperanza de los jóvenes, de la desestructuración de las familias, de que el paro y la falta de cultura se han hecho crónicas, de la falta de cariño de la personas por su propio barrio. El mal olor de la corrupción es el egoísmo enquistado de quien considera a todos como instrumentos a su servicio; un egoísmo que es capaz de asesinar los sentimientos de bondad, la amistad, el amor y hasta la propia fe.

No podemos dejar que la corrupción se adueñe de nosotros y envenene todo lo que tocamos. No podemos dejar que nuestra corrupción nos haga insensibles e indiferentes ante la situación de pobreza y marginación de nuestro pueblo.

¡Abre, Señor, nuestros sepulcros y que entre el aire fresco de tu amor en nuestra vida! Sana nuestras corrupciones; da nueva vida a nuestra existencia. Sólo muriendo contigo podremos tener tu vida plena. Como a Lázaro, llámanos a vivir junto a ti.

Responder con la vida (Juan 9, 1-38)

Para ser misionero no hace falta ni tener muchas capacidades ni ser muy inteligente. Para ser misionero sólo hay que ser discípulo. Cuando piensas que lo más importante es que tú vas a ayudar a las personas, que tú las vas a salvar de esto o lo otro, no vas camino de la misión, te has detenido al borde de un lago mirando narcisistamente el reflejo de tu propia imagen.

Creéme. Lo importante para ser misionero es saberte enviado, saber que tienes un encargo, que el Señor cuenta contigo para realizar su nueva creación. Así ni tu cansancio, ni tu falta de capacidad, ni los fracasos serán insalvables. Hay Alguien que te asegura en cualquier momento de zozobra y preocupación.

Saberse enviado es trabajar descansado. No tienes que preocuparte del éxito o del fracaso de lo emprendido, sólo de intentar ser fiel; no tienes que procurar la aceptación de unos y otros, siempre voluble e incompleta, cuentas con la seguridad de un abrazo infinito; no tienes miedo a la factura que pasan los años o la enfermedad, tu capacidad de amar, también, en el sufrimiento multiplica la fuerza evangélica de tu vida.

No todos tenemos la misma misión. Hay quien es enviado lejos de su casa, y quien tiene la misión entre los suyos; hay quien es enviado a ser signo en la comunidad cristiana del amor del Padre, y quien lo es a mostrar la justicia de Dios en favor de los pobres. Cada discípulo es mirado, acogido y enviado de un modo distinto y especial.

Pero hay algunas cosas que compartimos los discípulos misioneros: conscientes a cada paso de nuestras pobrezas; obedientes al mandato recibido; postrados, cada mañana y cada tarde, ante el misterio de luz que nos llamó.