De las espadas forjarán arados (Is 2,1-5),
breve comentario sobre la primera lectura del domingo 27 de noviembre de 2022,
I de Adviento, ciclo litúrgico A.
El signo y la consecuencia más clara del
pecado es la violencia. Violencia verbal, violencia física, violencia como
cancelación o indiferencia. A la violencia conducen nuestros rencores y
nuestros orgullos, nuestra vanidad y nuestra avaricia, nuestra falta de
templanza y de autocontrol. Por eso uno de los signos del tiempo nuevo del
Mesías es la ausencia de violencia; así dice Isaías: “De las espadas, forjarán
arados; de las lanzas, podaderas; ya no se adiestrarán para la guerra”.
La guerra es la multiplicación exponencial
de todo mal y la exteriorización de todo pecado. Pero la guerra se fragua en el
corazón y en la mente de las personas. En unas por su afán de poder, en otras
por dejarse contagiar con el virus del odio ante el distinto. Antes de que el
gobierno ruso bombardeara Kiev, la mayoría de la población rusa llamaba “nazis”
a los ucranianos y a su gobierno. Sin demonizar al otro no eres capaz de
matarlo o justificar su asesinato. Por eso, desconfía de quien te presente la
vida o la historia con trazos maniqueos, como una historia de buenos y malos.
Desconfía también de ti mismo cuando en vez de mirar al otro (a tu familiar, a tu compañero de trabajo, a tu vecino...) con ojos de acogida, lo miras como un rival o un enemigo, y lo reduces a aquello que te limita. Lo verás como un obstáculo a eliminar, no como un hermano con el que compartir. Acoger al distinto es sembrar semillas de paz, preparar la venida del Mesías.