Entre la desidia y la esperanza (Marcos 13,33-37), comentario sobre el Evangelio del domingo 29 de noviembre de 2020.
Vivimos
esta vida nuestra en constante ambigüedad. Ponemos una vela a Dios y otra, si
no al diablo, si a las sombras que esa figura representa. Y así vivimos
acostumbrados a un “poquito de hipocresía”. Solo cuando reconocemos con
sinceridad nuestras limitaciones caminamos en la verdad de la humildad. Otras
veces empleamos la mayor parte de nuestros esfuerzos por disimular nuestras
deficiencias sin empeñarnos en solucionarlas. Nos parecemos a políticos en
permanente campaña electoral: “Los problemas no lo son tanto; la culpa de
todo la tienen los demás.”
Todos
tenemos en nuestra vida “centros de salud acabados y eternamente vallados por
no se sabe qué trabas”, y “magníficos y modernistas edificios proyectados para
desarrollo del empleo” cerrados por falta de presupuesto para arreglar los
desperfectos por estar cerrados por falta de presupuesto… Al igual que en
nuestro pueblo, en cada uno de nosotros la desidia y el desinterés nos hace
vivir con rincones llenos de suciedad, con energías inactivas, con telarañas en
la conciencia.
Es
adviento, estamos entre dos luces, comienza a amanecer. Hay que deshacerse del
embotamiento que provoca el acostumbrarse al pecado, y de la desidia ante la
injusticia y la maldad; comencemos a preparar un camino por el que los pobres y
los humildes tengan un lugar de dignidad en nuestro corazón y en nuestro
pueblo; un lugar que nos permita caminar hacia el bien, hacia un amor más
grande.
Primera tarea de este adviento: desvélate y revélate contra tus hipocresías, decídete a acabar con tu indolencia y desidia.