Hacer posible otro mundo (Mateo 25, 31-46),
comentario sobre el Evangelio del domingo 22 de noviembre de 2020.
No hay que esperar al final de los
tiempos; ni confiar solo a la providencia el fin de la injusticia y de la
carencia de lo necesario. Dios mismo envió a su Hijo al mundo para que fuera
semilla de nueva humanidad; y el Hijo nos envía a nosotros con su misma misión.
El reino de Dios, reino de paz y de justicia, ya está entre nosotros; y de
nosotros depende el impulsarlo y hacerlo crecer. La providencia, casi siempre,
tiene nombre y apellidos.
La vida no es tiempo que pasa, sino tiempo
de encuentro –dice el Papa Francisco-. Un tiempo de encuentros sanantes,
solidarios, como los que señala el evangelio del domingo. La visita o la
llamada de teléfono al vecino enfermo, sana a los dos que se encuentran. La
acción solidaria del grupo de Cáritas es fuente de alegría para los pobres y
para la propia comunidad cristiana. Acoger al que viene de lejos y está solo,
es agrandar con ternura la propia familia. El mundo nuevo se hace desde el
encuentro.
Nuestras pequeñas acciones de ternura
fraternal, son algo más que un bello gesto; son acciones eficaces en la
construcción del reino que el Padre sueña para nosotros. Objetivo tan grande
como “la integración cultural, económica y política con los pueblos
cercanos debería estar acompañada por un proceso educativo que promueva el
valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable para lograr una sana
integración universal” (Fratelli Tutti, 151).
Tu compromiso sencillo con la vida, el
cuidado tierno con quien vive en sufrimiento y debilidad, son acciones que
impulsan el reino en el que Dios quiere que vivamos. El orgullo y la soberbia
desaparecerán, pero ni un solo gesto de amor solidario quedará sin atención ni
recompensa; todos y cada uno de ellos serán eternos.