En la plaza pública (Juan 20,1-9): breve comentario sobre el Evangelio del Domingo de Resurrección, 4 de abril de 2021.
Como
testigos en la plaza pública, ese fue el comienzo de nuestra iglesia. Con la
muerte de Jesucristo, todo pareció acabarse; pero sólo fue el principio del
comienzo. No imaginaban los propios apóstoles la impresión tan honda y profunda
que iba a dejar en ellos el inmenso amor con el que Jesús se entregaba en la
cruz. Juan y María estaban a los pies de la cruz, y Pedro, seguramente un poco
más lejos, siguiéndolo entre la valentía y la negación.
La
semilla de la sangre de Cristo, que había caído en tierra, iba a dar fruto
pronto. Al tercer día, experimentaron a su Señor resucitado, y a los cincuenta
el Espíritu los hizo capaces de salir a la plaza pública a anunciar la vida y
la muerte de Jesús como redención y salvación para todo el que crea en Él.
También
hoy necesitamos testigos que narren el amor de Cristo y que anuncien su
resurrección. Si crees en Él, no puedes conformarte con menos.
No
te conformes con pedir más justicia –así, con la minúscula de lo concreto-;
porque esto siempre acaba en conformismo posibilista o en imposible utopía. Lo
que a ti y a mí nos salva, lo que nos impulsa constantemente a intentar vivir
con la actitud del buen samaritano es la llamada de Cristo, el crucificado
resucitado, que nos pide que volvamos a la Galilea de la ternura con los
enfermos y los marginados, de la buena noticia para los pobres, la de las
esperanzas para todo el pueblo.
La
resurrección de Cristo es, a la vez, la utopía de las utopías, en la que el mal
comienza a ser arrancado de raíz de toda la historia; y experiencia personal y
presente de que en Cristo hemos encontrado la Vida que anhelaba nuestra
existencia. No te conformes con menos que ser su testigo.