Espíritu en familia (Hechos 2, 1-11), breve comentario del Evangelio de la solemnidad de Pentecostés, domingo 23 de mayo de 2021.
Un día me sorprendí al caer en la cuenta
que en el libro de los Hechos de los Apóstoles no hay un solo Pentecostés, no
hay una sola venida del Espíritu a la comunidad cristiana; al contrario, en
varias ocasiones la comunidad cristiana se ve sorprendida por la irrupción del
Espíritu de Jesucristo: cuando Pedro y Juan cuentan cómo han sufrido maltrato y
vejación por el nombre de Jesús (Hch 4,31), cuando Pedro se hace consciente de
que la fe cristiana es para toda persona, independientemente de su cultura o
nacionalidad (Hch 10,44) y cuando Pablo impone las manos a un grupo de doce
nuevos cristianos (Hch. 19,7). Pero el primer Pentecostés, el que supone la
constitución de la Iglesia, además de ser la primera venida del Espíritu y la
fundación de toda la misión, es, además, un pentecostés familiar: con la Madre
en medio de todos los hermanos, porque María perseveraba con los apóstoles a la
espera del Espíritu.
La fe se transmite en familia, como todos
los valores importantes y que configuran nuestra vida. Pero estos tiempos en
los que el consumismo y la vorágine de las redes sociales parecen ocupar hasta
el último rincón de nuestros pensamientos y nuestra intimidad, es más necesaria
que nunca la mediación de la familia para que los niños y los jóvenes puedan
participar de la inmensa riqueza de la amistad íntima con Jesucristo.
Las familias cristianas han de ser
carismáticas, es decir, abiertas a que cada persona encuentre el camino que
Dios tiene para ella, por el que hará el bien y vivirá en plenitud. El Espíritu
no se impone, se pide que venga a nuestro corazón y al de los nuestros y nos
llene de novedad y alegría. Cuando recéis en familia, pedid siempre que el
Espíritu os enseñe los modos y el camino, y que os llene con su amor.