Al final, la reconciliación (Lc 15, 11-32), breve comentario sobre el Evangelio del domingo 27 de marzo de 2022.
Nuestra vida está llena de conflictos y
sinsabores; y mientras más cercana y querida es la persona con la que nos
sentimos agraviados, más dolor vivimos, y más nos cuesta perdonar. Hay hermanos
que llevan décadas sin hablarse por alguna razón de relativo peso. Hay parejas
que a pesar de estar juntas no dejan de echarse en cara agravios del pasado, de
años y años atrás. Vivir con rencor es, directamente, un sin vivir.
El evangelio de este domingo, 27 de marzo
de 2022, es la conocida parábola de Hijo Pródigo. Razones hubiera tenido el
Padre para rechazar al Hijo Menor que le pidió su herencia en vida para no
esperar a su muerte. Razones tenía el Hijo Mayor para rechazar la calurosa
acogida del Padre a aquel Hijo Ingrato. Razones tenía el Padre para recriminar
al Hijo Mayor que se hubiera sentido tantos años desgraciado e infeliz a su
lado, sin derecho ni a festejar con sus amigos, y sin alegrarse al recuperar a
su hermano…
“Razones”, “razones”, “razones”, pero la
única razón válida esta en el abrazo y la reconciliación. ¿Hasta cuándo guardar
“dignamente” rencor?, ¿hasta dónde llevar nuestro orgullo herido? Era “Dios
mismo quien estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta
de sus pecados”, nos dirá san Pablo.
Debajo de la costra del resentimiento,
late en ti un inmenso deseo de abrazo; de ser abrazado en tus errores y de
abrazar al hermano que contigo erró.