Conversando (Lucas 17, 11-19), comentario
al Evangelio del domingo 13 de octubre del 2019.
Cuenta el Evangelio que un día iba Jesús
caminando con sus discípulos entre Galilea y Samaría y se encontraron a lo
lejos un grupo de leprosos. Jesús los curó. Pasaron muchos años y dos de
aquellos leprosos se encontraron frente a la puerta del cielo para ver si San
Pedro los dejaba entrar. En la espera conversaban.
-Después de encontrarme con Jesús mi vida
dio un cambio muy grande, incluso de antes de caer enfermo. Cuando me vi sano
fui a donde Jesús y lo acompañé muchos días, escuché su enseñanza, me sentí
acogido y comprendido por él, fui descubriendo cuán egoísta había sido,
descubrí el amor de Dios en lo sencillo y lo pequeño. Cuando volví a mi casa,
fui mucho más feliz de lo que era hasta que me entró la enfermedad.
-Pues a mí no me ha ido mal…, ni bien.
Ahora que echo la vista hacia atrás, creo que he desperdiciado mi vida en cosas
que no tienen mucho peso. Mi mujer es la que ha estado siempre ahí conmigo
aguantándome, controlando mis malos genios y mis ganas de buscar pelea con
todos… Tú ya me conoces…
Pero peor le fue a Aarón, el muchacho rico
que nos acompañaba. Murió a los pocos días de regresar a casa de un atracón en
un banquete. Y Matías, ¿te acuerdas?, murió a los pocos años en la cárcel. Su
mujer se había liado con otro y cuando llegó a casa los mató a los dos… De los
otros no se mucho, la verdad.
-Ya ves, a mí, Jesús no sólo me curó,
también me salvó; ahora espero verlo por aquí que un hombre tan bueno seguro
que viene al cielo. Y tú estate tranquilo que Jesús siempre nos decía que Dios
es Padre bueno que gusta de perdonar y salvar.