Derramado en libación (Carta a Timoteo
4,6-8,16-18), del domingo 27 de octubre de 2019.
Pablo de Tarso, no ha llegado a los 60
años, encarcelado en Roma por su fe en Jesucristo y su tarea de evangelización,
con el corazón en paz, sabiendo que había intentado hacer la voluntad de Dios,
esperaba el momento de la entrega suprema en paz, con la humildad de quien se
sabe sostenido y consolado.
Margaida, 36 años vino con su niño huyendo
de un maltratador. Trabaja mañana y tarde, de lunes a domingo; por su hijo; con
el tesón de las madres; con la humildad de los pobres; con la alegría de los
sencillos. Cuando reza se sabe hija de Dios.
Carmen, 75 años, cada mañana lleva a dos
de sus nietos al colegio, después va a por ellos hasta que sus padres puedan
recogerlos al final de la tarde. Muchas veces, les ha ayudado a pagar la
luz y alguna avería del coche. Se siente débil, pero también alegre de poder
cuidar la vida que Dios le regaló.
Rafael, 54 años, voluntario de Cáritas.
Muchas vidas heridas llegan a la acogida; no siempre se puede ayudar, pero
siempre se puede escuchar y dar esperanza. No espera nada a cambio de su
entrega. Al rezar, reza por los suyos, pero también pone en manos del Padre
tanto sufrimiento como atiende cada semana.
Carlos, 21 años, ha estado años
consumiendo drogas, y ha pasado algún paquete. Quiere dejarlo, pero lo han
amenazado y, solo en su habitación, ante el Padre expresa su angustia por los
errores cometidos. Está decidido, no quiere seguir en la espiral de corrupción
y violencia en la que está. Sabe que eso no es vida.
Vidas que se derraman en libación al Padre
de la Vida.