San José, masculinidad alternativa (Mateo
1,46-56), comentario al Evangelio del domingo 22 de diciembre de 2019.
El signo definitivo de la intervención del mismo Dios en
la historia de la humanidad es un niño recién nacido. Más grande que el milagro
de que un enfermo sane, es que un niño nazca y, sobrepasando todas las leyes
materialistas de la naturaleza, sonría a sus padres. Cada niño es un don que le
da sentido a la vida de quien lo engendra y lo cuida.
Vivimos una época que sobrevalora el trabajo profesional
y el ocio consumista al que va emparejado; y minusvalora el cuidado y la vida
de la familia. Nos parece que un ascenso en el trabajo va a hacernos sentir
realizados, que la novedad de un viaje va a llenar nuestras ansias de
felicidad, y no es así.
La misión más importante que le dieron a una mujer nunca
en la historia fue la de ser madre; la misión más importante que nunca en la
historia del dieron a un hombre fue la de cuidar a su mujer y su hijo. José era
carpintero, o algo parecido, pero no fue el arte con que ejercía su oficio lo
que le dio sentido a su vida. Custodiar, proteger a María y a Jesús fue su misión.
San José ha sido durante siglos la referencia masculina
por excelencia en la Iglesia: un hombre que se puso al servicio de la vocación
de su mujer, que fue llamada a ser Madre de Dios, custodiando a un hijo que no
era biológicamente suyo pero que lo acoge como tal, culminando la obra de la
encarnación. Jesús, el Verbo de Dios, se hizo carne en el vientre de María,
pero se hizo hombre del pueblo en el taller de José. En momentos en los que se
profundiza en el papel que el varón ha de asumir dentro de la familia, San José
sigue siendo una referencia profundamente iluminadora: generoso, abnegado,
profundo admirador de su mujer, valiente, prudente, trabajador.