Tiempo de Sábado Santo (Juan 20, 1-9),
comentario sobre el Evangelio del 12 de abril del 2020.
Eran tiempos revueltos, los romanos no
tenían grandes problemas en crucificar a otros cuantos más o en hacer alguna
pira humana. Los apóstoles y el resto de los discípulos de Jesús estaban
asustados, y con razón. Las mujeres tenían más tolerancia de movimientos. Pero
cuando María de Magdala les contó que el sepulcro estaba vacío, Pedro y Juan no
dudaron en ir corriendo a verlo con sus propios ojos. Era cierto, la tumba
estaba vacía, pero a él no lo vieron. Era tiempo de espera.
Como el nuestro, tiempo de enclaustramiento
por el temor y la prudencia; tiempo, también, de esperanza. Del Viernes Santo a
la Vigilia de Resurrección los creyentes vivimos un tiempo especial de silencio
sereno, de espera esperanzada, de acoger las heridas del Señor. Nos dice el Credo
de los Apóstoles que Cristo bajó a los infiernos para rescatar de su oscuridad
y de la ausencia de la visión de Dios a nuestro primer padre Adán, y con él a
toda la humanidad. No sólo a la humanidad empecatada, sino a todos los justos,
como el propio José, su padre, o a los profetas.
Muchos dicen que habrá un antes y un
después de este periodo de confinamiento; que este tiempo a todos nos hará
pensar… Permítanme ser un poco escéptico. Si agotamos este tiempo encadenados
al whatsapp y a un sinfín de series, ¿qué cambio podemos esperar? Baja a tus
infiernos, aprovecha este tiempo para cambiar la manera que tienes de
relacionarte con tu pareja, con tus hijos, con los tuyos; baja a tus infiernos,
combate tus demonios, rescata lo mejor que hay en tu corazón.