El poder de lo pequeño (Marcos 4,26-34), breve comentario sobre el Evangelio del domingo 13 de junio de 2021.
Parece que a Dios le gusta servirse de lo pequeño para
hacer sus obras más grandes. La vida de las personas, comienza por ser una
pequeña célula, insignificante, impotente, en el vientre de una mujer. Y ese
pequeño embrión irá creciendo, desarrollándose hasta dar lugar a una persona
con capacidad de ser libre y de amar, de ser amado y de crear. Nos dicen los
astrofísicos que el universo también comenzó por una explosión de energía
inimaginable que ocupaba un espacio pequeñísimo; y que fue expandiéndose y desarrollándose
hasta dar lugar al cielo estrellado que, a nosotros, nos admira en las noches
de verano, y a los científicos en cada nuevo descubrimiento que hacen.
A Dios le gusta lo pequeño, lo aparentemente
insignificante, para realizar su obra. Por eso le gustas tú.
No son tus virtudes y capacidades lo que más ama el Padre
de ti. ¡Claro que también las ama! ¡Si él mismo te las ha regalado! Pero lo que
lo enamora es tu pequeñez y tu humildad, la gracia de tu espontaneidad, cuando
no pretendes ser nada ante nadie, tu servicio y tu sonrisa transparentes, la
belleza de tu interior.
El mundo está lleno se personas que quieren ser grandes,
y que se empujan y se desplazan unas a otras. Y, como dice el refrán
africano: “Cuando los elefantes se pelean quien sufre es la hierba”.
Semilla que se siembra en el surco del mundo, eso hemos de ser. Si es semilla
de vid o de trigo, que no crece sino unos centímetros desde el suelo, darás pan
y vino; si es semilla de palmera, que despide los últimos rayos de sol, darás
dátiles dulces y sabrosos.
No pretendas ser ni más ni menos de lo que eres: un hijo queriendo agradecer a su Padre su bondad, dando los frutos para los que está hecho.