Encarnación (Lc 3, 10-18), breve comentario sobre el Evangelio del domingo 12 de diciembre de 2021.
En unos días estaremos celebrando la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra historia. Se nos llenarán los ojos de la ternura y la belleza de la bondad de María, José y su Hijo; y estará muy bien. Pero, a veces, se nos olvida la razón por la que Dios mismo quiso hacerse carne de hombre, y venir a donde nosotros estamos.
Sí, sí; eso es; para salvarnos del pecado. Un pecado que tiene como consecuencias las guerras y las más terribles rencillas entre hermanos; un pecado que es causa de todo tipo de violencia contra mujeres y niños. de la deshumanización y la falta de sentido de la vida de muchos; un pecado que a todos nos hace sufrir y que en todos está presente. El pecado consiste en no respetar los límites de nuestra realidad, en creernos dioses capaces de decidir sobre el bien y sobre el mal; que estamos por encima de los demás y hasta de la voluntad de Dios.
La cadena del pecado la rompió el Hijo cuando venció el odio con la fuerza de su misericordia. Pero Dios es tan humilde y respetuoso que necesitó que una mujer sencilla acogiera en su seno al Verbo de Dios. Sin su acogida no podía Encarnarse y dar comienzo a la salvación definitiva de la humanidad. Cada uno de nosotros como María, en este adviento, hemos también de decir: “Señor aquí me tiene, que se cumpla tu voluntad en mí”, para que el mal retroceda y la gracia del amor y de la justicia sea, como Dios quiere, lo que impulse nuestra vida.