Los de toda la vida (Mt 21, 28-32), breve
comentario sobre el Evangelio del domingo 1 de octubre de 2023, XXVI del Tiempo
Ordinario, ciclo litúrgico A.
Presumimos de cristianos viejos, de estar
en la iglesia, o en el pueblo, o en tal o cual sitio desde siempre, y nos
parece que eso nos da derecho a estar y a opinar, a vivir y a ser más que los
otros. Es una suerte de orgullo y de prepotencia, de marginación y de rechazo
del otro que toma como excusa alguna razón superficial. Todos somos personas,
todos somos hermanos, todos somos hijos de Dios.
En tiempos de Jesús, los fariseos y los
saduceos despreciaban a los pobres y a los sencillos; se consideraban superiores,
con más derechos. Jesús les contrapone una frase tan sorpresiva como
contundente: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la
delantera en el camino del reino de Dios.” Condenaban a los publicanos por sus
actitudes políticas, de colaboración con el Imperio romano; y a las prostitutas,
por sus comportamientos sexuales, a pesar de que sin “clientes” no habría esta
clase de explotación; condenaban, pero no eran ningún ejemplo.
Antes de condenar a nadie, antes de rechazar y de echar la culpa de todos nuestros males a un grupo de nuestra sociedad tendríamos que preguntarnos si no seremos como el hijo mayor de la parábola, aquel que, cuando el padre le dice que vaya a trabajar a la viña, dijo inmediatamente que sí, pero después no fue. No presumamos de “ser de los de siempre” y, después, ni siquiera vayamos a misa; que nos gloriemos de ser los más “españoles” sin aportar nada a nuestro país.