Anegados de gracia (Mc 1,7-11), breve
comentario sobre el Evangelio del domingo 7 de enero de 2024, fiesta litúrgica
del Bautismo del Señor, ciclo litúrgico B.
De la mano del Padre brota Amor Inefable
hacia su Hijo: el Espíritu; que lo convierte en agua y lo anega por entero
corazón y piel, mente y espíritu, ojos y manos; un agua que, a través del
cuerpo del Hijo, de su carne anhelante y serena, todo lo purifica. El Jordán,
tantas veces túrbido por la tierra y el cieno, se muestra límpido y
transparente, azul y cristalino. Juan el Bautista, con ojos abiertos y gozosos
de admiración, lo contempla casi incrédulo: sus manos y una pequeña concha
están siendo los instrumentos que usa Dios para comunicarnos la pureza de su
gracia.
¿Quién pudiera imaginar que el Hijo de
Dios se pusiera en la fila de los pecadores para recibir el bautismo de
conversión al que Juan había llamado desde el desierto? ¿Quién pudiera imaginar
que unas comunidades débiles y pequeñas como las nuestras, compuestas de
pecadores, sin los grandes y los sabios de este mundo, pudieran se cauce de la
gracia y la amistad con Dios, que trae la alegría al corazón y la paz a nuestro
mundo?
Contemplar el rostro humilde, bondadoso y sereno de Cristo en el Jordán, nos llena de la alegría de la fe; saber que nosotros hemos de ser como el Bautista, instrumentos para que muchos acojan la verdad y la gracia de Dios, nos hace conscientes de nuestra dignidad y nuestro pecado. Nos consuela saber que también nosotros hemos sido bautizados en las aguas cristalinas del Jordán, en la pila bautismal de nuestras parroquias; y que es Él, en nosotros, quien realiza el milagro de la fe y el sacramento.