No, no era senderismo, era ir campo a través; por los
sembrados, por los olivares, orientándonos por la intuición de que tras la loma
que remontábamos íbamos a encontrar un camino, o que al culminarla veríamos la
torre de la iglesia… Más de una regañina nos ganamos por llegar tarde, sucios y
con las piernas arañadas de los matojos que no pudimos, o no quisimos,
esquivar: era tiempo de aventura; aventura con pantalones cortos, que es la que
más se saborea.
El buen pastor que –sin atender a matemáticas—deja 99
ovejas en el desierto para ir en busca de la que se le había perdido, no
caminaba senderos, iba campo a través. Subiendo lomas, bajando cerros,
sorteando setos, cruzando cauces secos de torrenteras, mirando y mirando,
aguzando el oído, hasta encontrar la que había perdido.
Páramos de superficialidad y tedio cobarde; valles de
frondosos arbustos, todos con frutas ácidas, las de la pornografía, las del
consumismo, las de la televisión basura o carroñera; desfiladeros de adicciones
químicas o telemáticas que anulan la voluntad; roquedales de egoísmo y
xenofobia, de intolerancia y rechazo al diferente; zarzas de sentimientos
obsesivos en las que dar un paso significa enredarte más y herirte con la
desesperación por liberarte; pozos profundos en los que te metieron el desprecio
y la injusticia de los demás, hipotecas abusivas, salario de explotación….
Estos son los pasos del buen pastor que te busca.
No sólo en el Sagrario o en la Biblia puedes encontrar al
Señor, siguiendo los pasos del Buen Pastor, acercándote a tu hermano que sufre.
Imagen en www.cathopic.com