Vivimos en un mundo en el que la actividad
económica no se rige por la lógica de las necesidades de las personas, sino por
la lógica de la especulación. El artífice de la economía no es el productor, ni
el consumidor, sino el que especula con los productos. El peso de la economía
no está ya en el mercado de abastos, o la tienda de ordenadores donde compras;
el peso de la economía está en el mercado bursátil, donde se llega a especular
hasta con las cosechas destinadas a la población de muchos países. Se negocia
con el hambre de los pobres. Este mercado bursátil es como un juego de
apuestas, en el que si compras el valor que se encarece ganas mucho dinero… Si
lo que se encarece es el precio del trigo, ganas dinero tú con el hambre de
otros.
La complejidad del mundo que vivimos sólo
es aparente, porque las preguntas decisivas siguen siendo las mismas: ¿tienen
las personas posibilidades de una alimentación y un entorno sano, y una
vivienda digna?, ¿tienen los jóvenes acceso a su desarrollo personal y a un trabajo
que les permita crear su propia familia?, ¿tienen las personas más débiles o
desprotegidas acceso a la salud y a ayudas sociales adecuadas?
Vivimos en un mundo que tiene capacidad de
producción de los bienes de consumo para satisfacer las necesidades de la
población mundial. Que haya cientos de millones de personas viviendo en pobreza
extrema y con hambre nos revela la profunda injusticia que lo está corroyendo.
Cada uno tiene que decidir si pone su energía, su creatividad y su tiempo del
lado del dinero asesino o del Dios de la vida. No podrás servir a Dios y al
dinero; piensa qué estás haciendo en realidad.