La hermosura del sacrificio (Lucas 23,35-43), comentario al Evangelio del domingo 24 de noviembre de 2019, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
Cuando en religión se habla de sacrificio, parece que se
encienden las alarmas e, instintivamente, se nos despierta la suspicacia.
Sacrificio admirable es el de los deportistas; o aquel que quiere adelgazar
para tener una mejor figura. El sacrificio que se hace estudiando para
conseguir un buen puesto de trabajo ya comienza a levantar sospechas, “se podía
conformar con un puesto menos importante”, “al fin y a la postre, muchos que no
estudiaron han conseguido triunfar”. Sacrificarse por los hijos o por la pareja
parece ya cosa del pasado, un anacronismo que ya no se lleva: “antes de que el
matrimonio conlleve sacrificios, mejor separarse”, “los niños traen muchos
sacrificios, con uno ya tenemos bastante (y de sobra)”.
Ya no hay novelas de amores sacrificados, en fiel
abnegación; las sustituyeron otras de amores atormentados, tórridos y
destructivos. Sacrificarse por la justicia y la vida de los otros, apostar toda
la vida en realizar un ideal de entrega… de eso ya ni se habla –tantas veces
quienes hablaban con palabras edulcoradas nos han defraudado…-.
Y sin embargo es el sacrificio abnegado y gratuito de
nuestros padres lo que nos ha hecho ser lo que somos. Y será nuestro sacrificio
generoso y fecundo el que le dé sentido verdadero a nuestra vida. Jesucristo se
hizo primogénito de la humanidad por su sacrificio en la cruz. Su sangre
derramada, consecuencia de su vida entregada, nos redime del egoísmo y la
superficialidad que lastran nuestra vida.
Piensa un rato: ¿Quién merece el sacrificio cotidiano de tu
vida?