Vida en abundancia (Jn 2, 1-11), breve comentario sobre el Evangelio del domingo 16 de enero de 2022.
El primer signo que realiza Jesús en el
evangelio de san Juan, como Mesías y Salvador, nos puede parecer sorprendente:
en las bodas de una familia amiga, hace que no falte el vino para que la
alegría de aquellas familias pobres y sencillas no se interrumpa.
Entendemos bien los signos con los
enfermos: es una situación tan dura que a todos nos conmueve. Con el signo de
la multiplicación de los panes ocurre algo parecido: el pan es lo más necesario
para la vida. Hasta el signo de la expulsión de los mercaderes del Templo de
Jerusalén tiene la justificación de deslegitimar una religión centrada en lo
meramente religioso alejado y opuesto de la vida.
En Caná de Galilea, Jesús nos muestra que
su evangelio es buena noticia para lo concreto de nuestra vida; que quiere la
felicidad de los pobres y sencillos, de todos; que su salvación no es meramente
religiosa –de oraciones, misas y cultos-; sino que es la salvación que quiere
un padre bueno para sus hijos: que vivan felices, que su felicidad sea el bien,
y que si tienen problemas que los afronten con esperanza y fortaleza. La
salvación que nos trae Jesús es la salvación de quien nos ama; y, en último
término, es su amor mismo el que nos salva.
Por eso, nada verdaderamente humano queda
fuera de la mirada entrañable y acogedora de Jesucristo; nada verdaderamente
bueno y justo puede quedar fuera de las preocupaciones de la comunidad
cristiana.