Creer sin ver (Jn 20, 19-31), breve comentario sobre el Evangelio del domingo 24 de abril de 2022, II de Pascua.
Creer siempre es una apuesta, una
aventura; como amar; como crear. La fe no es mera credulidad; quien cree en
Dios encuentra todo su ser comprometido en esa confianza. Deja a un lado la
superficie de la vida y se adentra en lo profundo de su propia humanidad.
Hay
razones para creer en Dios; muchas. Pero hay ocasiones en las que todas esas
razones se oscurecen; y todo lo que eran luces se convierten en sombras ante la
tiniebla que segó la vida de quien amamos. La muerte del marido, de un hijo…
convierte en absurda toda palabra de esperanza, en burla toda frase de
consuelo. Queriendo acariciarnos tocan la herida que tenemos en carne viva. Eso
le ocurrió al apóstol santo Tomás. Los otros le hablaban de que Jesús había
resucitado, pero tanto era su sufrimiento que no pudo sino expresarse con la
violencia de su dolor: “Si no meto mis dedos en sus yagas, no creo.”
Todas
las comunidades cristianas contamos con el testimonio de personas que han
perdido a quien más querían; y que, con todo su sufrimiento, se agarraron a la
fe en Cristo muerto y resucitado; y sin comprender, y con el apoyo de los
compañeros de la comunidad, comenzaron a sentir el bálsamo que necesitaba su
herida, a recorrer el camino nuevo que la vida les había deparado, a encontrar
fuerzas para seguir respirando; y han llegado a vivir la bienaventuranza de los
que creen sin ver.