La belleza de creer (Lucas 11,1-13), breve comentario sobre el Evangelio del domingo 24 de julio de 2022, XVII del Tiempo Ordinario.
Hay veces que la fe se deforma en
mercantilismo sagrado. Las personas van al templo para pedir a Dios lo que
necesitan: salud, prosperidad económica, ayuda en algún problema...; y para eso
le ofrecen algún don: unas velas, unas flores o un sacrificio; otros pretenden
recibir “de gratis”, con solo pedirlo. La fe es mucho más que esto.
Creer es adorar. Postrarnos humildemente
ante Quien sabemos que es Bondad Plena, y dejar que nuestra alma se esponje en
esa bondad que intuimos, que contemplamos, que anhelamos y que, a veces, irrumpe
en nuestra vida.
Creer es escuchar la Palabra que da
sentido a todo el universo y a nuestra propia vida. Sin que salgamos de nuestro
asombro, Dios nos escucha y nos habla. Siendo el Dios Altísimo, está pendiente
de nuestras inquietudes, de nuestras necesidades, de lo más concreto de nuestra
vida. Siendo el que Todo lo ha hecho, quiere contar con nosotros para seguir
extendiendo el bien: nos envía a una misión, nos habla al corazón y nos ofrece
una dignidad que nunca podríamos imaginar.
Creer es aceptar la amistad de Quien se
hizo hombre como nosotros para acariciar con su carne la nuestra, y
despertarnos al amor. Y, como amigos, compartimos las alegrías y la vida, le
ofrecemos lo que tenemos, y le pedimos cuando necesitamos de Él. Muchas veces
de esto último nace una amistad hermosa.
Creer en Dios es algo hermoso, profundo e inexplicable.