Nadie pudiera imaginarse que el Hijo de Dios, el Señor
del Universo pudiera venir al mundo en una casa humilde y sencilla, como los
más pobres de su pueblo. Si los Sabios de Oriente no hubiesen caminado guiados
por una estrella, nunca hubieran encontrado al salvador. Pero fue una pequeña
luz que parecía perdida entre las infinitas luminarias del firmamento la que
los guió. Ellos buscaron al Niño, sobrepasaron obstáculos y dificultades, pero
sin la estrella nunca lo hubieran encontrado.
La fe es para todos los creyentes esa luz que nos guía en
nuestra vida y que nos hace ver, en medio de las dificultades y los sinsabores,
el camino de la vida. El sol de la razón ilumina con más fuerza, ciertamente;
pero no discrimina, no discierne, no nos hace ver lo importante de las
distracciones, la publicidad superflua de lo verdaderamente necesario. La luna
de los sentimientos nos llena de ilusión o de melancolía, parece que nos saca
de nosotros mismos, pero los sentimientos siempre son
egocéntricos. Parece que fue una rara confluencia entre Júpiter y
Saturno la que llamó la atención de aquellos sabios, los puso en camino, a la
búsqueda de quien tiene respuesta al sentido de nuestra vida.
En medio de los pobres y los explotados, entre los que
tienen que vivir hacinados porque no pueden pagar una vivienda, entre los que
tienen mala fama y peor pinta, entre los forasteros y refugiados, entre las
familias que necesitan ayuda… allí encontraremos al Rey de Reyes, al
Hijo de Dios, al Que se Entrega para darnos vida –oro, incienso y mirra-.