Una Luz grande (Mateo 4,12-23), comentario al Evangelio
del 26 de enero del 2020.
El primer libro de la Biblia, el libro del Génesis,
comienza con el hermoso relato de la creación, en el que por la Palabra de Dios
todo se hace; y lo primero que hizo Dios fue la luz: “Y dijo Dios: “hágase la
luz”, y la luz se hizo. Y vio Dios que la luz era buena”. También al comienzo
del evangelio, cuando Jesús anuncia la Buena Nueva, es la luz el signo escogido
para describir qué ocurrió: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio una
luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les
brilló.» Una nueva creación acontecía, esta vez en espíritu y en libertad.
Un sencillo aldeano de Nazaret, dejó un día su trabajo, y con su palabra hizo
despuntar el día.
No deja de sorprender la fuerza de su palabra. Su
denuncia de la dureza de corazón, de la idolatría del dinero, de la hipocresía
de los que se creen justos, sigue resonando e interpelando hoy. Sus parábolas
en las que describe a Dios como Padre de Misericordia y a nuestras vidas en el
reto cotidiano de la libertad, siguen inspirándonos, en espíritu y verdad, para
recrear nuestra vida. Jesucristo es palabra que crea, que recrea, que
reconstruye y sana, que libera y reconcilia.
Pero lo
más sorprendente de Jesucristo es que, siendo él un hombre excepcional –Hijo de
Dios lo confesamos-, vincula su misión a unos cuantos pescadores, agricultores
y comerciantes de la Galilea de los descreídos. Y que siga vinculando su misión
a nosotros, con tantas deficiencias y limitaciones como tenemos. Su palabra
poderosa sigue diciendo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de
hombres.» Somos nosotros ahora los que tenemos la misión de escuchar su
palabra y proclamarla con nuestra vida. Ante la cultura de la superficialidad y
el egoísmo, ante las injusticias cotidianas que sufren los más débiles, ante el
dolor y la angustia de los que viven sin esperanza…, ¿qué podemos decir?, ¿qué
escuchamos de sus labios?, ¿quién deja sus redes y lo sigue?