No hay camino intermedio, o buscamos la
santidad, o viviremos en el infierno. La gran tentación de todos nosotros
es la mediocridad; buscar una posición que ni nos haga parecer egoístas, ni
comprometa nuestra comodidad o nuestro estatus; querer vivir sintiéndonos
cristianos, pero sin querer aprender como discípulos del Maestro. Es una
posición que se acerca a la hipocresía, sin serlo del todo, porque se define
más por cobardía.
Y no es una tentación solo para los
cristianos, y en nuestra vida de fe; es un engaño –que eso significa tentación-
que está presente en todo lo que merece la pena; en todo amor que puede
plenificar a la persona. Amar sin entregarnos, ser padres a tiempo parcial,
amigos de los que no se complican la vida… Todos conocemos lo que significa
este “nadar y guardar la ropa” que, cuando se trata del amor, de la amistad, de
la confianza… Es simplemente un engaño.
Y no se trata de lo que haces, sino de la
actitud vital, interior, profunda con la que vives. Puedes tener una vida
sencilla: tu familia, tus niños, tu trabajo, tu tarea en la parroquia o en
alguna asociación, que vas compaginando como puedes, con tus momentos de
descanso y de reposo… Y viviendo profundamente el amor de Dios cada instante de
tu vida. Tampoco se te exige que nunca te equivoques, sino que vivas en clave
de entrega y de donación, de ofrenda y de acción de gracias.
La clave está en vivir desde lo que acojas
como voluntad de Dios. No te olvides que los egoísmos pactados y compartidos
nunca llegan a ser amor y te dejarán helado el corazón.