Moral sin moralismo (Mateo 5, 17-37),
comentario al Evangelio del 16 de febrero del 2020.
Hay quien dice: “Yo no sigo norma moral
ninguna, yo soy libre para hacer lo que en cada momento quiera”. La vida nos ha
enseñado a los que peinamos canas que es el camino más derecho y rápido para
caer en todas las esclavitudes: esclavos de la incultura, porque no se nos
apetecía estudiar; esclavos de la droga, porque un día decidimos experimentar
aquello que denostaban nuestros padres; esclavos de nuestros prontos violentos
que aleja de nosotros a las personas más valiosas.
Pero también podemos ser esclavos creyendo
que nuestra vida se resuelve en cumplir las normas que nos imponían nuestros
padres, o que nos imponen nuestros amigos, lo políticamente correcto o la
sociedad de consumo. El corazón de la persona no se llena con el cumplimiento
de normas, necesitamos levantar la mirada, respirar hondo y henchir nuestro
espíritu con un camino de vida que la dote de sentido. Claro que no hay que
hacer a los demás el mal que nosotros no queremos que nos hagan; pero, ¿sólo
con eso se conforma nuestro corazón cuando ve a tantas personas sufriendo?
Claro que hemos de respetar a la persona con la que hemos unido nuestras vidas;
pero, ¿socavada de rutina y de conformismo puede una relación hacernos felices?
Sólo alimentando el fuego del amor generoso y gratuito en nuestras vidas podemos
llegar a ser personas cumplidas.
El cristianismo no es simplemente una
moral, con normas y pecados. Ser cristiano es vivir en amistad profunda con
Cristo y desear poner sus sentimientos en los nuestros, su mirada en nuestros
ojos. No te preguntes si puedes o no puedes hacer tal o cual cosa; mira si esa
decisión te encamina por la senda del Maestro o te separa de Él, y te quedas
sin su cercanía, sin su perdón, sin su Vida. El suyo nunca es camino de
mediocridad.