Cuando vivimos sin escuchar, decidimos a
ciegas. Y, ¡tantas veces vivimos sin escuchar!... Sin escuchar a los que nos
rodean y sin siquiera escucharnos a nosotros mismos. Vivimos de rutinas, de
prejuicios, de lo que se dice y se piensa, sin acoger la novedad que nos trae
el presente. Y de los acontecimientos siempre podemos sacar una enseñanza,
siempre nos habla Dios. Esta pandemia nos ha mostrado la fragilidad de nuestra
propia vida; y la necesidad que tenemos de cuidarla.
Mal saldríamos del confinamiento, que ha
marcado el mes posiblemente más extraño de nuestra vida, repitiendo los mismos
vicios y prejuicios. Ojalá este confinamiento nos haga más cariñosos,
comprensivos y dialogantes con los nuestros. Ojalá este confinamiento nos haga
más responsables con nuestra sociedad, valorando el trabajo de quien sostiene y
cuida nuestra vida. Ojalá este confinamiento nos haga valorar a nuestros
políticos menos desde la ideología y más desde la capacidad de gestionar y
solucionar los problemas reales que nos afecten.
No sería admisible que siguiéramos mal
pagando a médicos y personal sanitario. No será admisible que agricultores,
jornaleros, y quienes mantienen el sector primario de nuestra sociedad, sigan
teniendo que reclamar un precio justo por los productos de nuestra tierra y por
fin se dote de condiciones aceptables a su trabajo. No será admisible que
nuestros suministros esenciales dependan por completo de la importación, cuando
hay tantos desempleados en nuestro país. No será admisible que gestos
propagandísticos de lo políticamente correcto sean lo único que importe a
nuestros políticos. Poco habríamos aprendido de las más de 24.000 muertes
producidas, si pensáramos que nada hemos de cambiar.