Solo el amor convierte en milagro el
barro; solo el amor alumbra lo que perdura; solo el amor cambia la noche en
día; solo el amor te hace cambiar; solo el amor consigue la maravilla. Ya
tuviera toda la ciencia y el saber; ya ofreciera mi cuerpo a las llamas; sin
amor, no soy nada. Es la rotunda y hermosa verdad del Evangelio que ilumina
nuestra vida: Dios es amor y solo viviendo en el amor caminamos siendo nosotros
mismos.
Por eso en los cinco capítulos que San
Juan le dedica a la última noche que pasa Jesús con sus discípulos el amor es
el centro de todo su “testamento”: el mandamiento nuevo, el servicio humilde al
hermano, el amor a Él, el amor de Dios: “el que me ama será amado por el Padre
y yo también lo amaré.”
El amor que da sentido a nuestra vida no
es un amor emotivo y sentimental que se vacía al expresarse; al amor del que
nos habla Jesucristo es un amor como el suyo, de entrega de la propia vida para
dar vida a los demás. El amor del que habla Cristo es un amor sereno y
profundo, paciente y creativo, alegre y que alegra, que no sabe de qué color es
el egoísmo, ni la envidia.
Puedes hacerte dos preguntas, con actitud
de humilde afán de crecer en el amor. ¿Cómo amo a las personas que quiero?,
¿quiero que respondan a mis expectativas o las quiero gratuitamente?, ¿quiero
ser su alegría cotidiana y todo lo hago para su bien? ¿Cómo quiero a Jesús?,
¿me dejo querer por Él o pienso que tengo que ganarme su amor con mi esfuerzo?,
¿en la oración solo le pido o busco cómo ir haciendo su voluntad en mi vida?