Escribo
este pequeño comentario al texto del evangelio del domingo dolido, todavía, por
una noticia que saltó a los medios de comunicación hace unos días. Veintinueve
personas han sido detenidas por tener a personas migrantes trabajando en el
campo en régimen de semi-esclavitud, aprovechándose de la situación de
precariedad y de carencia de estos migrantes de Nicaragua, Guatemala,
Marruecos, y otros países hispano-americanos. Los hacinaban en los coches para
el transporte sin medidas de seguridad, algunos viajaban en el maletero; a
pesar de las elevadas temperaturas de los meses de julio y agosto, trabajaban
en muchas ocasiones desde el mediodía hasta la puesta del sol, sin acceso ni
siquiera a agua, por lo que algunos de ellos acababan sufriendo desvanecimientos,
insolaciones o situaciones de deshidratación.
Después
del primer sentimiento de indignación, pensé que algunos de estos propietarios
y manijeros podían tener bautizados a sus hijos, ser devotos de una cofradía,
decir que eran cristianos; esto me indignaba doblemente… Pero, ciertamente, la
ausencia de Dios es tan grande en nuestra sociedad, el ídolo dinero tiene
tantos adoradores, que es la falta de fe en un Dios ante quien nada queda
oculto, lo que hace que muchos actúen contra su conciencia y contra la más
elemental humanidad. La negación de Dios allana la explotación del pobre.
"Si explotas a los débiles, ellos gritarán a
mí y yo los escucharé", dice el Señor en la primera lectura de la
misa. Y el evangelio nos recuerda que el mandamiento principal de la Ley de
Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Quien
se lucra explotando a los más débiles, quien los sacrifica ante el ídolo
Dinero, no puede mirar a Jesucristo a los ojos, no podrá decir nunca en verdad
que cree en Dios Padre.