Entre retos y Gloria (Lucas 24,46-53)
Entre la perplejidad y la
alegría se encontraban los discípulos de Cristo cuando experimentaron
que su maestro, el que habían crucificado los hombres, subía a lo más
alto del cielo, a lo más profundo de su corazón. Perplejidad por el
vacío que dejaba y que los forzaba a vivir libres. Alegría porque sabían
que la vida entera de su Maestro, tal como ellos ya sospechaban, era el
sentido de la vida de toda la
humanidad; alegría porque, mirando hacia atrás, todo lo que habían
vivido los había llenado de una riqueza personal insospechada. Toda
experiencia de Dios es así.
Cuando has visto culminada la obra del
amor, la vida te hace caminar por senderos nuevos, en los que tendrás
que seguir avanzando en humildad y confianza. Siempre tenemos la
tentación de quedarnos mirando a las alturas, donde Cristo ya no está
–tan alto subió que está en lo profundo-.
Los discípulos tenían un
reto imponente, ver cómo continuar con el seguimiento de Cristo cuando
ya no lo tenían delante, sino dentro; cuando su horizonte ya no era
Israel sino el mundo entero. Grandes retos también nos plantea a
nosotros Cristo: personas sufriendo, sin casa, sin esperanza, viviendo
sin fe.
Algunos asumen retos: la Comunidad de San Egidio, en Italia,
ha acogido a cien refugiados de Oriente Medio. Otros vivimos entre
guardar nuestra fe para las fiestas de guardar, y los hacer de la
procesión nuestro compromiso cristiano más importante… Envía tu
Espíritu, Señor, y renueva nuestros corazones y nuestra Iglesia. Haznos
capaces de asumir los retos que tu nos ofreces para ser testigos veraces
de tu amor y de tu vida.