Pies manchados (Juan 16,12-15)
Nuestro Dios “no es un dios que se quede alegremente en su cielo; alienta a los que luchan para que llegue su Reino”. Nuestro Dios es un Dios que se mancha los pies de barro para acercarse al que sufre, para estar cerca de quien clama en su dolor. En vez de aferrarse a su Hijo, nos lo envío para que nos comunicara su Verdad y su Vida. En vez de guardarse su Espíritu, nos lo infunde, en medio de nuestras ambigüedades y limitaciones, para guiarnos y fortalecernos.
El Padre de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Dador de Vida es profundamente humano y comprometido con la justicia y la bondad. Ningún sufrimiento de las personas le es ajeno. Y, quizás por eso, es en el sufrimiento y la dificultad donde con más fuerza se experimenta su presencia y su impulso dentro del corazón de cada persona. Ante el débil y el enfermo, ante quien es víctima y se encuentra desprotegido, Dios Padre e Hijo envían su Espíritu para crear fraternidad y ternura, para ir abriendo el camino de la libertad y la justicia.
En estos días estamos celebrando el sacramento de la Unción con muchos enfermos. Todas las celebraciones son profundamente emotivas. En la debilidad, el corazón y cada poro de la piel de la persona se abren a la fuerza sanadora y creadora de un Dios que se desvela con sus desvelos, que sufre con sus dolores, que quiere desterrar de su corazón toda soledad y toda desesperanza.
Gloria a una Trinidad Santa, que tan íntima se hace del corazón humano para crear armonía de comunión entre nosotros.