Comentario
al Evangelio del 7 de octubre de 2018
Dicen
algunos historiadores de la filosofía que el espíritu de la Ilustración, del
siglo de las luces, se sintetiza en la proclama hecha por Kant: “sapere aude”,
es decir, “atrévete a saber”. Y es que lo que nos hace verdaderamente personas
ha de ser acogido en un acto de valentía personal que cambia nuestra vida, que
nos hace superar nuestro pasado para mirar al horizonte de nuestro futuro con
ojos de esperanza.
El
grito que necesitamos en nuestro tiempo es: “amare aude”, “atrévete a amar”. Y
lo necesitamos porque estamos faltos de acoger con valentía el amor al que
somos llamados.
El
amor humano puede tener muchas expresiones en nuestra vida: la amistad, la
ayuda solidaria, el ecologismo, la lucha por la justicia… pero el amor por
excelencia es el amor de pareja, el amor que hacen que un muchacho y una
muchacha asuman el riesgo de amarse sin reservas, sin preservativos, de amarse
abiertos a la fecundidad de la aventura de una familia, de un amor en horizonte
de eternidad –“en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza,
hasta que la muerte nos separe”-.
Hoy
ese amor valiente de pareja está en crisis. Las relaciones suelen ser “mientras
dure y nos convenga” a cada una de las partes por separado. Poca valentía hay
en el ese amor. No es que esté mal, no quiero decir eso; pero estar con alguien
mientras me conviene y me satisface, no parece que tenga demasiado mérito,
perdonadme. Nos hacen falta jóvenes que sean audaces en su amor, que sean
valientes para compartir vida y dar vida.