Necesitamos las palabras como los animales
necesitan su instinto para vivir. Sin las palabras nuestra vida se convierte en
densa niebla en la que no podemos caminar. Aunque la publicidad quiera
engañarnos y deslumbrarnos con imágenes sugerentes y atractivas, aunque haya
quienes digan que la vida de la persona no tiene otro horizonte que el de
cualquier otro ser vivo, es la palabra la que nos hizo personas, hombres y
mujeres que caminan y dialogan, que buscan, contemplan y comparten, que viven,
en el sentido humano de la palabra.
Hay palabras que nos constituyen: “te
quiero”, “eres mi hijo”, “me entrego a ti”. Hay palabras que nos fuerzan a
avanzar: “¿qué te parece?”, ¿quieres venir con nosotros?”. Hay palabras que te
purifican, o te destruyen: “No”, “fuera”, “te desprecio”. Hay también palabras
que son órdenes, mandatos; como los mandatos de la Ley de Dios, como el
mandamiento del amor.
Estas palabras que mandan sólo las
aceptamos de quien sabemos que nos quiere y contempla nuestra vida más acá de
lo que recordamos, más allá de lo que vemos. De buena gana, sólo aceptamos
mandatos de nuestros padres, cuando somos pequeños, y de Dios. Porque sus
palabras proceden del amor y de la voluntad unívoca que busca nuestro bien.
La Biblia, la Palabra de Dios, nos ayuda a
encontrarnos con el sentido pleno y verdadero de nuestra vida. Dios hecho
Palabra, Jesucristo, sale al encuentro de nuestra vida y nuestra historia para
dialogar sobre el sentido de nuestra vida.
No rechaces su buena conversación, es
Palabra de vida.