No me deja de sorprender que desde posturas políticas en
principio críticas con el sistema económico y social establecido – más de
izquierdas, por decirlo llanamente-, se tengan reticencias en recordar el
fundamento histórico, o si se quiere mítico-narrativo, de las tradiciones
navideñas. Tener como centro de la cultura a una familia de migrantes forzados,
primero, y de refugiados que huyen de la violencia asesina de un gobernante
cruel, después, creo que es una riqueza de nuestra cultura católico-latina que
no se debe desaprovechar.
Los cristianos pensamos que Dios pasa por nuestra
historia hecho niño pobre, de una familia desahuciada en Belén, y refugiado después
en Egipto por motivos de persecución política. La tradición les dio a los magos
de oriente que buscaban a un rey insigne y eminente, unos buscadores de la
verdad y de la utopía, incluso la categoría de reyes. Con lo cual tenemos desde
hace siglos a reyes de diversas las razas arrodillados ante el poder de la
debilidad y la pobreza, que genera compasión y solidaridad. Sinceramente no sé
qué gaita tocan quienes vacían la fiesta de la ternura y la solidaridad y la
hacen fiesta de felicitaciones vacías, consumismo y regalos.
Pero quizás cierta responsabilidad la tenemos nosotros,
los creyentes; que en vez de ser los primeros en ir todos los días en busca de
quien necesita solidaridad y justicia, en vez de buscar la manera de sortear el
control de los gobiernos injustos para ayudarlos, nos hemos dejado robar la
Navidad arrastrados por la corriente de superficialidad y consumo. Dios nace
pobre, ¿dónde pretendemos ir a buscarlo?