Vivimos apresurados sin darnos cuenta que para que una
fruta esté en su sazón el árbol necesita de los días de lluvia y de frío, y de
los días de sol y de calor. Tan engreídos y ensimismados en nuestra sociedad
tecnológica y digital, nos parece que podemos inventar nuestra naturaleza, la
misma vida –lo del género ya se da por supuesto-. Vivimos apresurados para
perder después el tiempo en los mismos mensajes reenviados decenas de veces,
viendo imágenes que solo se ven para olvidar, esperando alguna noticia verdadera
cuando solo se nos ofrece la repetición seriada de lo mismo con apariencia de
novedad.
Hasta el compromiso social o cristiano lo vivimos en
tensión apresurada que no nos permite mirar a los ojos al vecino. Nos pasamos
el año acelerando y retenidos en atascos, llevando y trayendo a los niños en
vez de estar con ellos jugando, haciendo tantas cosas que no disfrutamos
ninguna con nadie.
Llega el verano y tenemos prisa, mucha prisa, por
disfrutar mucho, por descansar rápido, por experimentar todo lo que hemos visto
por la televisión y el ordenador… ¿Quién puede soportar este ritmo inhumano de
vida sin caer en la ansiedad o sin inducir en nuestros hijos el síndrome de una
hiperactividad inducido?
Llega un tiempo en el que por las vacaciones y el calor se
nos invita a la tranquilidad y al sosiego, a la lectura pausada, al encuentro
alegre sereno con quien amamos, con Quien nos ama. Tranquilízate y vive al
ritmo de las personas. Que por las prisas no dejes pasar de largo a Quien te
trae aires de promesas.
Imagen de la web Cathopic.