Fruto
de nuestras incoherencias, o de nuestra necesidad de agradar, presentamos una
vida cristiana amoldada siempre a las circunstancias y a los tiempos que
corren, sin exigencias que despierten recelos, ni levanten polémicas.
Otras
veces nos investimos de un talante profético y combativo, y terminamos por
defender nuestra propia institución o unas sacrosantas tradiciones, más
culturales que evangélicas. Nos olvidamos de la misión de Jesús y de responder
a la llamada que Dios nos hace.
Nos
olvidamos de la pobreza de Jesús para poner una vela a Dios y dos al dinero y a
nuestra propia comodidad. Nos olvidamos de la cercanía de Jesús a los pobres
para no complicarnos la vida, ni asumir nuestra responsabilidad en construir
una sociedad más justa y más humana. Nos olvidamos De la Cruz de Cristo para no
enfrentar la corrupción, el abuso y las mentiras que dañan a los sencillos.
“Consuélame,
confórtame, ayúdame”... Sí, pero para acoger la misión que Jesús mismo ha
soñado para ti.