Iglesia samaritana (Juan 4, 5-42), breve
comentario sobre el Evangelio del domingo 12 de marzo de 2023, III de Cuaresma.
Vamos por la vida sedientos, con una sed
a la que, muchas veces, no ponemos nombre y, otras, confundimos. Vamos
sedientos por la vida, y nos parece que estamos sedientos de un cuerpo perfecto
que mirarnos en el espejo, o de cuerpos perfectos –casi de plástico-- a los que
acariciar libidinosamente. Vamos sedientos por la vida, y nos parece que el
dinero podría saciar la sed que sentimos, que comprando cosas superfluas
seríamos más felices. Vamos sedientos de aceptación de los otros, la anhelamos,
la deseamos, y acabamos mendigándola: “¿Verdad que soy bueno?, ¿verdad que soy
mejor que tal o que cual?, ¿verdad que me admiras?...”. Y nuestra sed no se
satisface con nada de eso.
“El que bebe de esta agua vuelve a tener
sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial de agua que salta hasta
la vida eterna” –dijo el Señor.
Somos iglesias samaritanas, que
compartimos con todos los hombres la sed de la mujer de Sicar y que, como ella,
hemos encontrado el manantial que nos sacia de acogida y misericordia, de
exigencia y dignidad, de sentido profundo de la vida en los momentos de
dificultad.
Ojalá nuestras comunidades fueran como aquella mujer; comunidades de sedientos que, habiendo encontrado el manantial de Jesucristo en su vida, comparten con otros el amor profundo y el horizonte amplio de la fe que da sentido a cuanto hacemos y vivimos.