Hay fenómenos muy significativos en las
sociedades avanzadas, conforme al modelo de capitalismo consumista en el que
estamos: la baja natalidad, el aumento de suicidios y la normalización de las
prácticas abortivas y de eutanasia. Parece como si la comodidad en las
condiciones de vida vaciara de interés la propia existencia. Sorprende
periódicamente, al leer los sucesos, que a tal cantante de éxito, que lo tenía
todo, le faltaba la motivación profunda para vivir.
Cuando el ideal y el horizonte del
progreso se sitúan exclusivamente en el ámbito económico, la vida se vacía de
sentido; el consumo reiterado, y reiterado, y reiterado de bienes inútiles y
superfluos hace de la vida algo, también, superfluo. La vida que se retiene con
avidez acaba siendo una charca de agua estancada.
El verdadero progreso ha de tener en
cuenta siempre el misterio de la vida. La propia creación, primero, es un
misterio a contemplar, admirar y respetar. Vivir en armonía austera, sencilla y
gozosa con el regalo de la creación alienta la vida. La propia intimidad de
cada persona es un misterio en el que resuena el Misterio de la Palabra, que ha
de ser escuchada y acogida en obediencia creyente. El necio orgulloso sabe muy
poco del Misterio que lo trasciende. El amor es el tercer misterio de nuestra
vida. El amor que es corriente de vida que nos hace ser agradecidos y
entregados, cauces de una vida que como el agua que fluye hace fecundos los
campos por donde pasa.
Danos Señor, corazón de pobres; haznos
sensibles ante los pobres; muéstranos, Señor, la pobreza que nos permitirá
acoger la corriente desbordante de Vida en la que somos.