Comentario al Evangelio del 28 de febrero de 2016

Fe y familia (Lucas 13, 1-9)
Uno de los problemas de nuestras familias cristianas es el de la transmisión de la fe a los hijos. Padres creyentes y comprometidos con su fe se han encontrado con que sus hijos la rechazan abiertamente o se mantienen en la tibieza del catolicismo sociológico. Esta situación escapa a un análisis simplificador.
Pero Dios Padre nunca se da por vencido. La carencia de la luz, la esperanza y el compromiso de la fe en los nuestros se ha de convertir en nuestro corazón en una inquietud que no se acaba, en un fuego que no se extingue.
Las más de las veces, las parroquias no han sabido ofrecer grupos de reflexión y de dinamización entre los jóvenes. También ha faltado preocupación por la transmisión de la fe en el seno de la familia. No se ha enseñado a orar en familia, no se han desactivado las críticas y las descalificaciones constantes de los medios de comunicación hacia la fe y la Iglesia. Los niños y adolescentes han necesitado razones para creer que sus padres, por falta de formación, no podían darles. La actitud de crítica ácida de algunos padres hacia los errores y los pecados de la Iglesia ha tenido como consecuencia el desapego de la fe en los hijos. Habrá otras, sin duda, muchas; quizás tus hijos las tengan más claras.
Pero la fe en Jesucristo tiene tal potencia de humanizarnos, de abrirnos a la trascendencia, de confortarnos en los momentos difíciles que no podemos dejar de buscar caminos para que la llama de la fe ilumine a los nuestros.