Ya sé que no te he contestado; la pregunta que me has hecho no deja de ser una mera curiosidad de adolescente que pasa de una cuestión a otra sin darse tiempo a acoger ninguna respuesta. Cuando preguntes por cuestiones importantes, tanto de la vida como de la fe, has de plantearte para ti mismo pregunta y respuestas; si no, no deja de ser el mero entretenimiento de incordiar un poco.
En el Evangelio, Jesús, muchas veces más que responder preguntas, las suscita; hace profundizar a la persona con la que dialoga sobre su propia vida, sobre sus interrogantes y sus dificultades. Sólo en ese momento está en disposición de escuchar la verdad que necesita.
Tú, ¿qué verdad necesitas en esta etapa de tu vida? Si lo tienes todo, no sigas preguntando. Si descubres en ti un ansia de amor que no sabes expresar; un amor que no sabes acoger de quienes te lo dan, que es como fuego que no se apaga en tu interior… Ese es un buen comienzo.
No intentes ir a la fe desde preguntas pseudo-científicas, o desde críticas a la institución de la Iglesia, que yo no te voy a defender –para qué defenderme en un juicio en el que ya estoy condenado…--. Jesucristo es respuesta para tu vida, para esa dimensión profunda de ti que muchas veces acallas con ruidos y entretenimientos, pero que siempre emerge con tozuda persistencia. La pregunta humilde y sincera se convierte en fuente de agua que salta hasta la vida eterna.
¿Que no me entiendes? No te preocupes, la vida te irá planteando interrogantes verdaderos que podrás plantear al propio Jesús, como le ocurrió la samaritana en el brocal del pozo de Jacob.