Un amigo mío, que hace ya tiempo comenzaba a ser camarero, me sorprendió un día comentándome: “Hay un cliente que me pide el café de las tres mentiras”. Cuando yo lo miré extrañado me aclaró que el café de las tres mentiras es un descafeinado con leche desnatada y sacarina: es mentira que tenga café, es mentira que tenga leche, es mentira que esté dulce…
El evangelio de este domingo nos sitúa ante una realidad que puede también mostrar las tres mentiras de nuestra vida cristiana: en vez de fe tenemos devociones; en vez de caridad, mala conciencia; y nuestra esperanza es tan mundana que no da verdadero sabor a la vida.
La fe es confianza profunda en lo que no se ve; adoración total de quien nos sobrepasa por completo; recorrer nuestro camino siendo testigo del Nombre del Misericordioso. Nuestras devociones pueden ser inicio de una fe verdadera, pero la gran mayoría de las veces no pasan de darnos consuelo en nuestras dificultades, de proporcionarnos experiencias de dulzura superficial.
En vez de caridad, que busca ponerse en el lugar del otro y acercarse a él para levantarlo de su situación de postración y dolor, tenemos mala conciencia atemperada por limosnas que no comprometen nuestra vida; por acciones que nos permiten justificarnos ante nosotros y los demás, aunque de sobra sabemos que de poco sirven porque poco sacrificio nos piden. No amamos hasta que nos duele, que pedía Santa Teresa de Calcuta.
Y nuestras esperanzas no alcanzan el singular de la virtud teologal. Son pequeñas expectativas, muchas veces bastante mundanas y egoístas, que colorean nuestra vida. ¿Soportaría nuestra vida cristiana el crisol de la persecución?