Comentario al Evangelio del 30 de septiembre de 2018
El
nacionalismo es identitario y excluyente; mira siempre todo lo ajeno
con recelo y con desprecio, con un temor que desemboca en rechazo y
marginación. El verdadero cristianismo nunca se entrega al nacionalismo;
por eso el verdadero cristianismo siempre es católico, universal.
Ninguna persona es considerada ajena porque todos somos hermanos;
ninguna cultura es mirada con rechazo porque, si en todas está el pecado
del hombre, en todas también está la mano bondadosa de Dios.
Corren
tiempos en los que supuestos defensores de la patria y las tradiciones
toman la bandera de la fe católica para rechazar al otro. El
cristianismo surge cuando los discípulos de Jesús traspasan las
fronteras del nacionalismo judío y acogen como hermano a cualquier
hombre o mujer que aceptara en su corazón el nombre de Cristo. El
catolicismo es, siempre, sinónimo de universalidad. Hasta con los que
nos separan las ideologías y las creencias, los católicos sabemos que
nos une la voluntad de un solo Dios que se hace presente en el corazón
de cada persona.
Pero no nos engañan, la excusa es la identidad,
las tradiciones, la patria, hasta la religión; pero la razón es el
dinero; el egoísmo y el dinero. Toda persona buena encuentra en el
católico los brazos abiertos; todo gesto de dignidad y de justicia
encuentra en el católico su aprobación. Ni el rechazo, ni el egoísmo, ni
la discriminación serán nunca signo de la espiritualidad católica.
La hipocresía tampoco; y decir que se acoge a los inmigrantes menores para tenerlos después hacinados y mal atendidos, lo es.