Hay
quien confunde la humildad con el apocamiento o con someterse fácilmente a la
voluntad de otro. También puede confundirse con la timidez. Pero ninguna de
estas características refleja lo que es la humildad evangélica.
El
humilde por fe es aquella persona que busca aportar lo que puede y sabe para
mejorar su entorno y el mundo, sabiendo que la última palabra siempre viene de
lo alto. El humilde por fe soporta contrariedades y desplantes, sin sentirse
contrariado, sin desear vengarse, porque en todo momento se siente rodeado por
los brazos de Jesús. El humilde por fe vive en cada momento el gozo del ahora,
sin pensar qué dirán, sin hacer cálculos de beneficios. El humilde por la fe se
sabe en el centro del mundo, porque todos los pobres y los sencillos son el
centro del mundo para Dios.
No
te compares; no te preguntes si eres más importante que este o que aquel. No
discutas graves problemas políticos y económicos, que no comprometen tu vida,
que te dejan el corazón agitado y el alma helada. Acoge a los pequeños y a los
pobres, acoge a quien necesite tu ayuda, porque acogiéndolo a él, nos dice
Jesús, que lo acoges a él mismo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre
me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha
enviado.»