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Para que me recomienden que cuide de mí mismo no he salido yo de Betsaida, allí
eso ya me lo recomendaba mi madre. Si he dejado mi familia y mi trabajo es para
otra cosa, para conseguir que el Reino de Dios venga a nosotros.
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Felipe, Felipe; tú siempre tan impetuoso. De qué te servirá que llegue el Reino
si tú no puedes acogerlo por tu codicia, por tus rencores o porque en el
momento decisivo te falte la valentía. Para cualquier decisión importante de
nuestra vida hemos de prepararnos bien. Yo te insisto, que cuando llegue el
Reino no te encuentre con el corazón embotado de odio ni de otro tipo de
intereses que nos sean que los pobres y todos los que sufren puedan vivir la
felicidad que el Padre les regala.
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¿No te fías de mí, Maestro? ¿Piensas que te he seguido por egoísmo o por
orgullo? ¿No crees que he sido sincero al hacerme discípulo tuyo?
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Claro que me fío de ti; y claro que creo en tu sinceridad. Pero cada situación
se decide en su momento. Y la pequeña sombra que hoy puede haber en tu corazón,
en su momento llenará tu alma de tinieblas. Piensa, piensa, si en la entrega a
los que más quieres no hay, también, un poco o un mucho de egoísmo; piensa,
piensa, si en tu oración al Padre siempre tienes su alabanza en tus labios o si
muchas veces la desesperanza o el desagradecimiento la enturbian; piensa,
piensa, si tu acogida a todos los pobres es como el Padre nos pide; piensa,
piensa…
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Vale, vale lo voy pensando…, que siempre tienes la habilidad de cuestionarme lo
que tenía por seguro.