Monición a
las lecturas:
El Señor nos
convoca el domingo, día en que hacemos memoria de su resurrección, para
comunicarnos su palabra de vida nueva que nos invita a examinar nuestra vida y
los frutos que damos, es decir, nuestras obras. Que esta celebración sea
ocasión de humilde conversión para que los frutos de nuestra vida sean obras
buenas que nazcan de un corazón que rebosa de su gracia, para que podamos
servir mejor al designio de Dios y a las necesidades de nuestros hermanos.
Reflexión:
El apelativo
«hipócritas» que Jesús da varias veces a los doctores de la ley en realidad es
dirigido a cualquiera, porque quien juzga lo hace en seguida, mientras que Dios
para juzgar se toma su tiempo. Quien juzga se equivoca, simplemente porque toma
un lugar que no es suyo. Pero no solo se equivoca, también se confunde. Está
tan obsesionado con lo que quiere juzgar, de esa persona -¡tan tan
obsesionado!- que esa idea no le deja dormir. ... Y no se da cuenta de la viga
que él tiene. Es un fantasioso. Y quien juzga se convierte en un derrotado,
termina mal, porque la misma medida será usada para juzgarle a él. El juez que
se equivoca de sitio porque toma el lugar de Dios termina en una derrota. ¿Y
cuál es la derrota? La de ser juzgado con la medida con la que él juzga.
El único que
juzga es Dios y a los que Dios da la potestad de hacerlo. Jesús, delante del
Padre, ¡nunca acusa! Al contrario: ¡defiende! Es el primer Paráclito. Después
nos envía el segundo, que es el Espíritu Santo. Él es defensor: está delante
del Padre para defendernos de las acusaciones. ¿Y quién es el acusador? En la Biblia
se llama «acusador» al demonio, satanás. Jesús nos juzgará, sí: al final de los
tiempos, pero mientras tanto intercede, defiende. (Cf Homilía de S.S.
Francisco, 23 de junio de 2014, en Santa Marta)
VIII Domingo
del Tiempo Ordinario, Ciclo C, año del Señor 2019 -3-
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