Otro pecado capital (Lucas 4, 21-30),
comentario al Evangelio del 3 de febrero de 2019.
Por recordar dos pasajes del Antiguo
Testamento, cuando Eliseo curó a Naamán el sirio y cuando Elías ayudó a una
viuda de Sidón que pasaba hambre, quisieron tirar a Jesús por un barranco.
Sidón, Siria, Judea, Líbano… para nosotros
regiones de Oriente Medio que una misma cultura, unos mismos problemas y que
son casi hermanos de sangre. Pero el nacionalismo los tenía envenenados hasta
el punto de desearse la muerte. Así que cuando Jesús les recuerda que Dios
mismo es quien trata a todas las personas como a sus hijos, independientemente
del país de origen, se enfrentan a él y quieren despeñarlo por un precipicio.
Hay siete pecados capitales, como ustedes
saben, que nos dañan profundamente y que pueden llevarnos a hacer daño a los
demás: la lujuria, que despierta el instinto de “manada” que llevamos dentro;
la envidia, que hace que hermanos y amigos lleguen a desearse la muerte; el
vicio por la comida, o el alcohol, u otra droga, que está acabando con la vida
de personas buenas. Estamos viviendo últimamente el resurgir de otro pecado
capital que mata y destruye: el nacionalismo.
El nacionalismo ve en el extranjero o meros
recursos económicos, o la causa de todos los males; y así alienta el recelo, el
odio y la violencia contra él. Algunos quieren despeñar por el barranco a
52.000 personas, y las señalan, y las hacen vivir con miedo, haciendo de todo
esto su seña de identidad política. Y pretenden hacerlo en nombre del humanismo
cristiano… Los cristianos hemos de serlo de pensamiento, palabra, obra y opción
política.