Tras el horror (Juan 20,1-9), comentario
al Evangelio del domingo 21 de abril del 2019.
Tras el horror, el vacío; tras el vacío,
la pregunta; tras la pregunta, una búsqueda que lleva a la fe.
Ya ha pasado el “boom” mediático; los
periodistas que grabaron la muerte de su esposa han vuelto a su casa con sus
familias, y han comenzado a preparar otro reportaje; los columnistas han vuelto
a alabar o a criticar al político de turno; la vida sigue igual, para todos
menos para él. Ángel ha perdido a su mujer y su vacío no lo llena nada; ha sido
él, han sido sus manos las que le han facilitado el suicidio, y eso permanece
para siempre; ha dejado que las imágenes de su rostro y su cuerpo sufriente
sean mercancía mediática… Y ahora está solo con todo eso.
Poner límite a la calidad de vida de una
persona para despenalizar la ayuda al suicidio, o para que alguien a sueldo lo
haga, es cruel; es lo mismo que decirles a esos enfermos que su vida ya no
tiene sentido y que pueden pensar en acabar con ella, que así, incluso, sus
familiares estarán mejor…; es abrir la puerta, también, a ayudas al suicidio
“demasiado” interesadas.
Ángel se ha quedado solo, pero María José
sigue viviendo de una manera distinta, ya sin el dolor y la parálisis de la
enfermedad. Tras toda experiencia de sufrimiento y de horror, se abre el
silencio en el que aparece la luz y la presencia. Los creyentes somos testigos
de ello, y en los que no lo sois el corazón busca intuirlo. Hay quien tarda
años en descubrirlo, porque el dolor lo ha dejado como ciego; pero siempre la
vida se impone a la muerte, como ocurrió en Cristo, primogénito de toda
criatura, sentido último y primero de nuestra existencia.
Imagen de cathopic.