“Para
conocer a Manolillo, dale un carguillo” dice nuestro refranero haciendo burla
de los que al asumir alguna responsabilidad o estar en situación de recibir
honores de cargo se creen por encima de los demás, se aprovechan de su posición
y la usan ventajistamente. Por el contrario, mientras más valía personal tiene
alguien, con más sencillez puede mostrarse y más humildemente asume los
elogios.
En
todas las instituciones, en todos los grupos humanos se da esto: desde la
empresa en la que trabajas, hasta la parroquia en la que colaboras; en las
asociaciones de vecinos y en los cargos de la administración pública. Cuanto
más valioso sea lo que asumes, más necesario es que lo acojas con humildad y
honestidad. Si han depositado en ti la responsabilidad de ser de alguna manera
representante de la Iglesia y el Evangelio, ten sumo cuidado con mostrarte
áspero, exigente o intolerante con quien contigo se relaciona; estarías
denigrando aquello que representas. Si te han confiado la administración de
bienes materiales, sé escrupulosamente honesto y diligente: el encargo de lo
público ya es un honor suficientemente grande para que renuncies a un
enriquecimiento ilícito.
Sin
embargo, esto que decimos no es lo común. La ineficacia por corrupción y por
clientelismo partidario es uno de los mayores males de nuestra sociedad. Ya lo
dice Jesús en el Evangelio: hay quien bajo capa de “igualdad”, “progreso”,
“cooperación” o “apoyo a la diversidad”, se lleva tres veces más de lo que
debiera (por no decir treinta).
Humilde, como lo fue Jesucristo |