Lo
confieso; estoy viendo una serie de esas modernas: Vikingos. Y me ratifica en
el algo que hace mucho tiempo pensaba, en el alto interés meramente humano que
tiene la fe cristiana. Es cierto que en nombre de cualquier “dios” o de
cualesquiera “valores” pueden cometerse las mayores barbaridades. Pero el
cristianismo tiene como referencia a Jesús de Nazaret, y su persona y su
mensaje serán siempre horizonte crítico para toda deshumanización y abuso de
poder.
Creer
en Dios, tal y como se nos reveló en Cristo, e intentar seguir su mandamiento
tiene un alto interés personal, aunque suene “egoísta” decirlo. Ya lo decían
los textos del Antiguo Testamento: “Guarda estos mandamientos para que te vaya
bien, para que tengas larga vida y crezca el número de tu descendencia” (Dt 6).
Creer
en Dios, tal y como se nos reveló en Cristo, hace que vivamos en un horizonte
de bondad, de perdón y de misericordia que nos hace más humanos, que nos
permite vivir con más serenidad, y que asienta la felicidad de nuestras vidas.
“Amar al prójimo como a uno mismo”, nos hace reconocernos como personas y
empatizar con el otro; “amar a Dios sobre todas las cosas” resitúa todo en su
justa medida: nada de este mundo es Dios y a nada debemos rendirle pleitesía,
ni hemos dejarnos dominar por nada. Amar a Dios es, además, sólo respuesta al
amor que él nos tiene. Y ese amor ni es voluble como el de las relaciones que
tenemos, ni se aleja con la distancia, ni se diluye con el tiempo. Sabernos
amados por el Padre de Nuestro Señor Jesucristo es la llave para descubrir la
luz que llevamos dentro.