La voz de Jesús es escuchada por todos,
desde el pobre ciego hijo de Timeo hasta el gobernador de Roma, Poncio Pilato;
desde la familia trabajadora que va con su familia a misa, hasta quien se
declara agnóstico y reniega de la Iglesia. La voz de Jesús es escuchada por
todos, la nuestra no; y no es de extrañar, ni de criticar. La coherencia moral
y personal del Nazareno, la profundidad de su mensaje y la autenticidad de sus
palabras están fuera de toda duda. La nuestra no, claro.
Por eso la mayor riqueza que tenemos los
cristianos es la voz de Jesús, su vida, su mensaje, su entrega, su
resurrección. Esa es nuestra mayor riqueza que crece al compartirla. Por eso
nuestra mayor preocupación ha de ser, no defender la iglesia, sino ser testigos
de la verdad del Señor; compartir con los demás la inmensa riqueza que es
Jesucristo. Compartir a Jesucristo con los otros, eso lo es todo. Cada uno,
después, hemos de responder a la claridad de su vida.
Todo el que es de la verdad escucha su
voz. Y cada uno tendremos que elegir si queremos ser de la verdad o queremos
vivir en la mentira, en una mentira abierta y desahogada, o en una mentira
vergonzante de medias verdades. Pilato, en su conversación con Jesús, intenta
distanciarse de la luz que lo quemaba: “¿Acaso soy yo judío? Otros te han
entregado a mí.”
¿Y tú?, ¿cuál es tu actitud ante la
persona de Jesucristo? ¿Le escupes y lo condenas?, ¿te muestras indiferente
pensando que no te incumbe?, ¿o lloras amargamente, como Pedro, tu propia
mediocridad?