Salimos de nuestras preocupaciones diarias
para dedicar un tiempo al Señor. Lo hacemos en comunidad, en un lugar conocido
y en el que estamos a gusto -nuestro templo-, para encontrarnos con el
Resucitado, compartir la Palabra y el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Lo conocido nos puede dar certezas, como
lo que vivimos durante toda la semana. Lo cotidiano y habitual nos da
seguridad. Pero también debemos dejar espacio al Otro que se hace el
encontradizo, que nos conoce por nuestro propio nombre y que nos sorprende con
sus regalos y sus llamadas… Quizá en lo sabido, quizá no. Un reencuentro, una
comida compartida o unas palabras repetidas, pueden hacernos recordar, y volver
al presente, acontecimientos agradables del pasado.
La Eucaristía dominical es el tiempo en
que nos abrimos más al Dios que nos ama, que nos entrega a su Hijo y nos vuelve
a donar el Espíritu: toda la gracia que se nos regala en el sacramento del
recuerdo de la muerte y resurrección de Jesús.
Este 5 de mayo, en un nuevo Domingo de
Cáritas, recordamos que también la fraternidad es fruto de la Pascua. Podremos
ser cada día más fieles a Jesucristo, sirviendo a los más pobres, transformándonos
en fuente de vida y esperanza para los que confían en nuestra ayuda. Que
nuestras manos sean solidarias, que pongamos toda nuestra colaboración,
contribuyendo generosamente en esta colecta para ayudar a los más necesitados,
y hacer creíble la fe que profesamos en Cristo Resucitado.